ANTES DEL
SILBATO INICIAL
“Así, entre goles y tortura, entre canciones de cancha y desapariciones, en junio de 1978 la Argentina ganaba su primera Copa del Mundo y esa anhelada e inédita victoria deportiva, festejada por una multitud que recuperaba las calles, proscriptas desde el golpe de Estado, quedaba atrapada en una contradicción imposible de saldar”. Varios autores, “Tiren papelitos" Mundial 78 entre la fiesta y el horror Monumento a las víctimas del Terrorismo de Estado. Parque Nacional de la Memoria, 2018, página 6
Nuestra compañera Andrea Silva, que se destacaba en las actividades deportivas, recuerda su experiencia en la preparación de la fiesta inaugural del Mundial:
“Yo me acuerdo que participé en la preselección de las que iban a participar en la inauguración del Mundial. Me acuerdo que se realizó en 7mo. o en 1ro. (Andrea curso la primaria en el Normal 4) Yo me acuerdo que participé de los ensayos, que nos reuníamos en el patio, donde estaba el mástil…me acuerdo que estábamos ensayando el esquema con las piernas abiertas ibas para un lado y girabas sobre la cabeza de la compañeras y quedábamos como en cuerpo a tierra … yo no quedé en la selección, pero me acuerdo que Silvia Bianchi (profesora de Educación Física o de gimnasia, como llamábamos a la materia), ay cómo se llamaba la otra profesora, una era Silvia Bianchi y la otra…Liliana Otero! me dijo que me dejó afuera por la elongación”

El Mundial de 1978 comenzó el 1 de junio en el estadio de River Plate. En la ceremonia inaugural, centenares de estudiantes realizaron coreografías en el campo de juego, moviéndose al ritmo de marchas militares para formar, con sus propios cuerpos, palabras como 'Argentina' y 'Mundial 78. Videla habló de orgullo nacional y paz, mientras la FIFA elogiaba la organización. En la Plaza de Mayo, las Madres caminaban alrededor de la Pirámide reclamando por sus hijos desaparecidos, muchos de ellos secuestrados en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) a metros del estadio. A pesar de la dictadura, los festejos se vivieron con intensidad. Las calles se llenaron de abrazos y bocinas que sonaban sin parar. Sin embargo, en medio de la euforia, persistía un límite invisible: la certeza de que no todo podía ser dicho y que la alegría no borraba la sombra de la realidad. Como recuerda nuestra compañera Andrea Silva “Todas teníamos ese patriotismo, pero a mí, al mismo tiempo, me produjo una sensación fea…Me acuerdo que nos paraban en el aula…me acuerdo del salón de actos, de eso me acuerdo”